Un triple. Y luego otro triple. Después un tercero. Los comentaristas italianos directamente se ríen porque no se pueden creer lo que están viendo, es casi una burla. Dos triples más, después el sexto, y seguimos en la primera parte. Enfrente, la poderosa selección juvenil de Estados Unidos, país que extendía su dominio total en el baloncesto FIBA con dos triunfos en las dos ediciones anteriores del Mundial Sub 20. Cuando Kukoc llega a su séptimo triple hay gestos de desesperación en el banquillo porque ese chico se supone que no es un tirador ni un anotador. En ese equipo, los tiradores son Ilic y Djordjevic y los anotadores son los pivots: Vlade Divac y Dino Radja. Larry Brown, el entrenador estadounidense, pretende formar una tela de araña en la zona y ese espigado niñato no hace más que dejarlo en ridículo.
En Bormio, verano de 1987, la grada enloquece y cada vez que Kukoc se levanta se oye un griterío que antecede al sonido de la pelota entrando limpia en la red. Ocho triples, nueve. Gary Payton y Larry Johnson no saben qué hacer. Stacey Augmon mira a Scott Williams con cara de desconcierto. ¿De dónde ha salido este hijo de puta? Kukoc mete su décimo triple y luego el undécimo en doce intentos. Es un partido de primera fase, en principio intrascendente, pero quiere marcar bien pronto el terreno. Yugoslavia ya ha ganado sus anteriores partidos con una media de 119 puntos ante rivales muy inferiores como China o Nigeria.
Esto es diferente. Esto es Estados Unidos…
…Y ese día a Estados Unidos le caen 110 puntos, así como suena. 37 de ellos firmados por el espigado número siete que no se sabe muy bien si juega de base, de alero tirador o de ala-pivot, posición que le debería corresponder por su altura, en torno a los 2,05. El resto de la anotación corre por cuenta de Ilic, Djordjevic, Pecarski y en menor medida, Divac y Radja. Sin duda, es el principio de una época, un cambio de paradigma. Aquel equipo yugoslavo se volvería a encontrar con Estados Unidos en la final del torneo y, con más dificultades, volvería a vencer. La primera vez que un equipo no estadounidense se alzaba con el triunfo, un previo de lo que podría venir en Seúl 88 o Argentina 90. La llegada de un mito, del jugador total, de la fantasía hecha baloncestista.
Los años de la Jugoplastika
Bormio fue la consagración de Kukoc a nivel internacional pero eso no quiere decir que fuera un desconocido. Todos los miembros de su generación, la inigualable generación yugoslava del 68, venían arrasando en cada campeonato europeo, humillando a soviéticos, italianos, españoles… Pocos meses antes, Kresimir Cosic había hecho debutar a tres de ellos —Kukoc, Radja y Djordjevic-— en el Eurobasket de Grecia, y Divac ya había tenido la peor presentación posible en el Mundobasket de 1986, en Madrid, cuando brindó la oportunidad a la URSS de remontar un partido imposible con unos pasos propios del juvenil que era.
Todos ellos estaban bajo el radar europeo aunque no bajo el radar estadounidense, que seguía despreciando absolutamente a cualquiera que no hubiera salido de una de sus universidades. A los europeos se les criticaba su falta de físico y de mentalidad defensiva. Normalmente, una cosa iba unida a la otra, el ritmo de la NBA era simplemente demasiado fuerte.
El caso es que Kukoc y su generación aparecieron en un momento extraño para el baloncesto yugoslavo, un momento de transición. La selección llevaba ya siete años sin ganar nada, desde aquel oro en Moscú sorprendiendo en semifinales a los anfitriones soviéticos. Eran los tiempos de Delibasic, Dalipagic, Kikanovic, el propio Cosic… Desde entonces habían salido muy buenos talentos sueltos, anotadores compulsivos que se echaban el equipo a la espalda pero que no conseguían unir sus fuerzas con éxito como equipo: los hermanos Petrovic, Cutura, Perasovic, Dusko Ivanovic… Ese mismo año 1987, el combinado yugoslavo solo había podido ser bronce después de caer con Grecia en las semifinales y ganarle a España en el partido por el tercer puesto.
Yugoslavia estaba acostumbrada a más. Los 70 la habían colocado como referencia del baloncesto europeo y se sentía incómoda en los puestos intermedios. A nivel de clubes, todo funcionaba mucho mejor: al Bosna Sarajevo de Delibasic, sorprendente Campeón de Europa en 1979, le siguió la Cibona de Zagreb con dos títulos en 1985 y 1986 mientras Estrella Roja, Sibenka o Jugoplastika coqueteaban con las finales de torneos de segundo nivel como la Recopa o la Copa Korac.
En aquella época, salir de Yugoslavia antes de cumplir la treintena era casi imposible. Drazen Petrovic había conseguido la autorización para marcharse sin llegar a los 25 con la condición de que se quedara un año más en Zagreb y no fichara por el enemigo estadounidense sino por el Real Madrid. El resto de las grandes estrellas seguían jugando en sus clubes de origen: Paspalj y Divac en el poderoso Partizán, junto a Djordjevic; Cvjeticanin, Drazen Petrovic y Zoran Cutura, en la Cibona; Nebosja Ilic y Goran Grbovic en el Zadar… Velimir Perasovic y Goran Sobin en la Jugoplastika de Split.
Ahí nos quedamos, en Split. La liga yugoslava había pasado por un par de temporadas muy extrañas donde la Cibona había arrasado en la liguilla previa para acabar derrotada agónicamente en el último partido de algún play-off. Tras sus triunfos de 1984 y 1985, los de Zagreb daban paso al Zadar en 1986 y al Partizán en 1987. Era una competición de tal nivel, con tantos jugadores extraordinarios, que las eliminatorias por el título eran poco menos que una moneda al aire: al mejor de tres partidos cualquiera te podía vencer. Para la temporada 1987/88, después del éxito de Bormio, la Jugoplastika de Split contaba con sus dos estrellas juveniles, Radja y Kukoc, más su anotador Perasovic y el irregular Sobin, un pívot que siempre parecía que podía hacer más y que limitaba sus esfuerzos a momentos muy concretos. Para cuadrar el círculo, Boza Maljkovic, el joven entrenador, se trajo a Dusko Ivanovic, un anotador compulsivo, tirador de raza, que había liderado la liga en puntos varias temporadas a lo largo de los 80 y que aún tendría tiempo de deslumbrar en Split y vivir un retiro dorado en Girona.
El resultado no dejó dudas: 21-1 en la liga regular y victoria ante el Partizán en los play-offs.
¿Cómo era Kukoc entonces? Bueno, no era la primera opción del equipo, eso ha quedado claro. La Jugoplastika tenía un base muy definido en Sretenovic, dos aleros tiradores como Perasovic e Ivanovic y dos pivots de calidad: Radja y Sobin. ¿Qué podía hacer Toni Kukoc en medio de tanto rol establecido? Improvisar. Kukoc se acostumbró en su juventud precisamente a eso, a cubrir huecos, a hacer lo que los demás no podían hacer el día que no estaban finos. Si tenía que ponerse a defender a un pívot rival, ahí estaba él cogiendo rebotes, si Sretenovic no leía bien el ataque, él cogía el balón, lo subía desde su enorme altura, tremendamente encorvado, y repartía juego. Si Ivanovic no encontraba huecos para tirar, ya los encontraría él.
Quizá por su condición de mago, de jugador no encasillado en un rol, fue de los que más jugó aquel año, más de 30 minutos por partido a pesar de sus escasos 19 años, consiguiendo anotar 16,6 puntos con unos porcentajes escandalosos que rozaban el 50% en triples. Parecía capacitado para cualquier cosa, algunos le llamaban el “Magic Johnson europeo”, otros le comparaban con “La pantera rosa” por su espigadísimo cuerpo y su cara de niño… Poco a poco, mes a mes, se fue convirtiendo en la gran estrella de la liga yugoslava y llevó a su equipo a la Final Four de Munich en 1989. Allí tenía que enfrentarse ni más ni menos que al Barcelona, el Maccabi de Tel-Aviv y el Aris de Salónica de Nikos Gallis.
Los de Split eran la gran sorpresa del torneo y el gran candidato a irse de primeras a casa ante aquellos colosos europeos. “Por favor, no perdáis por veinte puntos”, recuerda Dino Radja que le decía la gente antes de salir para Munich. “Por favor, no hagáis el ridículo”. El equipo era el más joven y el más inexperto con diferencia. Ni siquiera su entrenador, Maljkovic, se había visto en una parecida, y por eso recurrió al “profesor” Asa Nikolic para que le ayudara a motivar a los muchachos y preparar alguna emboscada táctica. Nikolic era la gran referencia de los técnicos yugoslavos, había triunfado en casa y fuera —especialmente en Varese— y se conocía al dedillo la competición europea.
El primer rival de la Jugoplastika fue el Barcelona de Epi, Solozábal, Norris, Jiménez y ese largo etcétera de estrellas. Aquel Barcelona era el gran favorito de la competición después de la espantada del año anterior en Den Bosch, que le impediría llegar a la primera Final Four de la historia, en Gante. Kukoc se puso el traje de faena. Los aficionados españoles ya habíamos visto a Kukoc antes, en la final olímpica de Seúl, pero la constante renovación de jugadores en Yugoslavia unida al hecho de que lo normal era verlos una vez al año, en el torneo internacional de turno, hacía difícil que un nombre se te quedara grabado a la primera. Después de aquella semifinal en Munich, el nombre de Kukoc ya no se borraría en casi veinte años.
Recordemos que el chaval aún no había cumplido los 21. Ver a ese niño enfrentarse a hombres mucho más fuertes, más experimentados, en principio más sabios, era enternecedor. Verle salir victorioso una y otra vez, casi un milagro. Kukoc jugó un partido redondo: anotó de tres cuando hizo falta, pidió el balón al poste bajo cuando le defendía alguien más bajo y era capaz de sacar él mismo el contraataque después de coger el rebote sin ningún apuro, driblando a cualquier contrario para culminar con una de sus bandejas a cámara lenta, el brazo izquierdo alargado hacia el aro, o una asistencia sin mirar al Radja o el Sobin de turno. Hasta 24 puntos anotó contra los de Aíto García Reneses, con esa sensación que siempre daba de “y podrían ser más”.
Su visión de juego era inmejorable y su primer paso sencillamente imposible de parar. Kukoc cambió la manera de entender el baloncesto. Ya vivíamos en un tiempo de bases altos y aleros reboteadores, pero aquello era un escándalo. Podía jugar en las cinco posiciones y hacerlo bien. Además, algo raro en un yugoslavo, era generoso. Era humilde. No se pavoneaba después de una canasta ni saltaba moviendo los puños en el aire. Había algo casi burocrático en el talento de Kukoc, algo que hacía que no pudieras dejar de mirarle, sabedor de que cualquier cosa estaba a punto de pasar.
En la final, ante el Maccabi, supo dejar el protagonismo a Dino Radja, su compañero inseparable, que acabaría con 24 puntos ante la desesperación de Kevin Magee, Ken Barlow y Dorom Jamchy. Kukoc se quedó en 18 y unas cuantas asistencias. No hizo falta más. Aquel fue el primero de tres títulos consecutivos en una época en la que, para jugar la Copa de Europa, tenías que ganar sí o sí tu propia competición nacional, algo complicadísimo en Yugoslavia. El segundo año volvió a ganar al Barcelona, esta vez en Zaragoza, la patria chica del mismísimo Epi. En 1991, rozando el rizo, en un ambiente prebélico, Kukoc conseguiría la triple corona frente a su mentor, Maljkovic, que se había ido precisamente a la Ciudad Condal a devolverle al Barça todo lo que le había quitado, sin éxito alguno.
Aquella Jugoplastika crepuscular de principios de los 90, convertida ya en Pop 84, habitual de los torneos de Navidad en el Palacio de los Deportes, llegó a París sin Radja, sin Ivanovic, sin Sobin y sin Maljkovic. Dio igual. Solo la sombra de un Kukoc con la mente ya puesta en los millones de Italia bastó para convertir a Zoran Savic, hasta entonces un jornalero de la zona, en estrella y que incluso Lester, el improbable estadounidense que los de Split habían fichado aquella temporada, pareciera un buen jugador. No fue la mejor versión del croata, pero sirvió. El pánico del Barcelona hizo el resto. “No le tengas miedo al miedo, que más miedo te va a dar”, tituló la revista Gigantes del Basket con razón.
Kukoc dejaba un país al borde de la guerra civil después de tres ligas y tres Copas de Europa como MVP de facto de todos sus triunfos. Su nombre se vinculó al Barcelona, al Real Madrid, a la NBA… pero acabó en la Lega italiana, donde el dinero sobraba, la liga de los Shaw, Ferry, Radja y compañía. Su destino fue uno de los “nuevos ricos” de los noventa: la Benetton de Treviso.
Pero de eso hablaremos más tarde.
¿La mejor selección FIBA de la Historia?
El éxito de la Jugoplastika fue parejo al de la selección yugoslava. En parte fue una casualidad y en parte, no. Lo primero, porque solamente Kukoc y Radja se convirtieron en habituales de las concentraciones de verano. Lo segundo porque estos dos jugadores, como sabemos, formaban parte de la Generación de Bormio y estaban señalados para la gloria junto a muchos otros compatriotas: Paspalj, Divac, Radja, Djordjevic, Danilovic, Zdovc… jóvenes veinteañeros que se unieron a Drazen Petrovic, Zoran Cutura y demás estrellas de los 80 para configurar el que probablemente sea el mejor equipo FIBA de la historia.
Todo comenzó en Seúl, Juegos Olímpicos de 1988. Kresimir Cosic siguió con su ingrata tarea de renovación y volvió a confiar en los dos nuevos campeones croatas, Radja y Kukoc, para que se sumaran a Divac, Paspalj, Radulovic y Zdovc. Ninguno de ellos tenía más de 22 años. En 24 estaban Drazen Petrovic y el interminable Stojan Vrankovic. Cvjeticanin tenía 25. El más veterano de aquella selección era Zeljko Obradovic, base del Partizán de Belgrado, que acababa de cumplir los 28.
Como decía antes, eran malos tiempos para la selección yugoslava, incapaz de sumar un título en ocho años. La apuesta de Cosic sirvió para sentar las bases de un futuro salvaje: Petrovic seguiría siendo el eje del ataque pero ya no podría decidir él solo cada jugada. Tenía demasiado talento alrededor como para eso. Aquel equipo aún jugaba con el freno de mano puesto, temeroso de descarrilar en cualquier momento y pese a ello consiguió la plata olímpica después de caer ante la URSS de Sabonis en la final. A partir de ahí, la cosa no hizo sino ir a más: el Eurobasket de Zagreb de 1989 fue una exhibición. Los yugoslavos, ya en pleno “baloncesto total”, arrasaron a todos y cada uno de sus rivales ante una grada exultante. Petrovic se mostró menos histriónico y más centrado, Divac corría contraataques botando el balón de canasta a canasta, Kukoc inventaba pases imposibles, los exteriores eran imparables…
Lo que sentimos los adolescentes que vimos a la Yugoslavia de 1989 debió de ser algo parecido a lo que sintieron los que vieron jugar a la Holanda de Cruyff en 1974. Belleza, organización y éxito. Lo más parecido que he visto desde entonces son partidos sueltos de la España de Pau Gasol y Juan Carlos Navarro. Quizá aquella Yugoslavia fuera más completa, pero esta España sigue arrasando incluso trece años después de ganar su propio Campeonato del Mundo junior.
Eran tiempos de “la fiebre Kukoc”. Todos queríamos ser Kukoc. “Una canasta hace feliz a una persona, una asistencia hace feliz a dos”, dijo en una entrevista y todos nos lo guardamos para repetirlo siempre que pudiéramos. Yugoslavia se presentó en el Mundial de Argentina 1990, perdió un partido improbable ante Puerto Rico —su única derrota oficial en tres años— y después se paseó ante todos sus rivales, incluyendo los Estados Unidos de Alonzo Mourning en semifinales y la URSS sin jugadores lituanos en la final. Doce años después de que lo consiguiera la legendaria generación de Dalipagic y compañía, sus díscolos sobrinos, más cerebrales, más físicos, más técnicos, les igualaban la hazaña: campeones de Europa y del Mundo en años consecutivos.
Si Zagreb 1989 se asocia a la plenitud y Argentina 90 a la competitividad, Roma 1991 fue una demostración de suficiencia. Aquel torneo sería el último disputado por yugoslavos de Serbia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia y Macedonia. De hecho, a mitad de campeonato, el base Jure Zdovc fue obligado a abandonar la concentración por el recién constituido gobierno de Eslovenia, declarado en rebeldía frente a la administración federal de Belgrado. Puede que nadie se imaginara las matanzas posteriores pero desde luego tenía que palparse la tensión. Solo un año antes, en la celebración del Mundial, el serbio Vlade Divac había arrebatado a un periodista una bandera de Croacia y la había arrojado como un trapo al suelo, lo que se consideró una ofensa imperdonable en aquella república.
Divac sigue insistiendo en que fue un acto casi instintivo, una manera de decir “aquí no ha ganado Croacia ni Serbia, hemos ganado todos”, pero el gesto se recuerda 22 años después, así que es lógico pensar que estuviera en la mente de todos durante el verano de 1991.
Aquella Yugoslavia sin Petrovic, de descanso tras su segunda temporada en la NBA, ya era el equipo de Kukoc. El croata lo hacía todo con una sencillez encomiable. Estaba acostumbrado a liderar, al fin y al cabo aquel equipo era básicamente el de Bormio de 1987 con el añadido de algún veterano como Perasovic y algunos jovencitos como Danilovic o Komazec. El resto, o había estado en el Mundial junior o había participado con el grupo en algún Europeo de la categoría: Divac, Radja, Paspalj, Djordjevic, Zdovc… Completaban la convocatoria Sretenovic y Savic, como representantes de la triunfante Jugoplastika, y Zoran Jovanovic, jugador del Estrella Roja que no consiguió llegar al estrellato europeo.
Quitando a Perasovic, ninguno había cumplido los 25 años y su suficiencia era casi rutinaria. Despacharon a España, Polonia, Bulgaria y Francia antes de ganarle a Italia delante de su afición, el mismo país que les vio tocar la gloria como juveniles. Los italianos sabían qué esperar y aguantaron como pudieron la primera parte. En la segunda, el talento de Radja y Kukoc pudo con ellos. El alero-base-pivot croata acabaría con 20 puntos amén de jugar como base buena parte del partido ante la ausencia de Zdovc. Era una superioridad insultante. Los yugoslavos siempre habían sido competitivos al extremo, pero se basaban en una defensa de guerrillas, mucho contraataque enloquecido y el acierto puntual de los tiradores. Tenían días buenos y días horribles.
Estos chicos, no. Incluso sus peores días bastaban para ganarle a cualquiera. Su objetivo eran los Juegos Olímpicos de 1992, en los que se pensaban enfrentar al “Dream Team” de Jordan, Bird y Magic. Simplemente, no fue posible. La guerra estalló en Yugoslavia aquel mismo verano y los compañeros de infancia y juventud se convirtieron en enemigos nacionales. Toni Kukoc, como decíamos antes, se quedó en Italia, en Treviso, a pocos kilómetros del desastre.
La Final Four con la Benetton
A sus 23 años, Kukoc era la indiscutible estrella del baloncesto europeo. Jerry Krause, el manager general de los Chicago Bulls, se había obsesionado con él hasta tal punto que obligó a su superestrella a llamarle personalmente para convencerle de que se fuera a la NBA. Jordan cumplió el encargo pero no vio a Kukoc demasiado convencido. “Chaval, o cagas o dejas el baño libre”, le dijo, algo cabreado. El asunto Kukoc estaba dañando la química interior del equipo, volcado en conseguir su primer anillo. En concreto, Scottie Pippen, convertido ya en All Star, veía con recelo que un europeo fuera a cobrar más que él y que la directiva se empeñara en fichar a aquella piltrafa cuando él seguía sin renovar su contrato.
La presión de Krause sobre Kukoc fue tan intensa que el croata acabaría por recalar en la NBA, ayudando en la consecución de otros tres títulos más para la franquicia, pero no bastó para que el croata eligiera el desafío estadounidense por delante de la comodidad europea en el verano de 1991. Treviso estaba muy cerca de Split y la oferta económica era desorbitada, en torno a los cuatro millones de dólares al año. Aquellos eran los tiempos en los que Il Messagero, Scavollini, Benetton o la Philips de Milán rompían el mercado con fichajes multimillonarios y Kukoc se aprovechó de lleno.
La diáspora yugoslava hizo que el Partizán se quedara como único reducto de resistencia, con su sorprendente triunfo de 1992 ante el Joventut, pero mejoró el nivel del resto de ligas europeas, que podían contar con su anotador báltico formado en la mejor escuela a un precio razonable.
A principios de los noventa, Benetton estaba en la cresta de la ola. Empresa de éxito mundial, había escandalizado con su publicidad agresiva e incluso se había metido en el mundo de la Fórmula Uno. Quería dar otra imagen de los italianos, una imagen moderna, joven, atractiva. Kukoc encajaba perfectamente en el proyecto y junto a él llegó Vinnie Del Negro, un joven italoamericano que triunfaría posteriormente en los Spurs. El equipo lo completaban Marco Mian, Massimo Iacopini y una de las grandes estrellas jóvenes del baloncesto italiano, el pívot Stefano Rusconi. En el banquillo, otra leyenda croata, Petar Skansi.
El primer año de Kukoc en la Benetton supuso su record de anotación (21,1 puntos por partido) a los que había que añadir más de 5 rebotes y más de 5 asistencias por partido rozando de nuevo el 50% de acierto en triples. Tan importante era para el equipo que jugaba casi los 40 minutos. Al principio se habló de una cierta incompatibilidad con Del Negro, hombre también acostumbrado a amasar el balón, pero finalmente el esfuerzo de ambos sirvió para que el equipo ganara la primera liga de su historia.
El año siguiente, con la llegada de un tirador puro, Terry Teagle, en sustitución de Del Negro, permitió a Kukoc acaparar el control completo del juego, aunque no sirvió para revalidar el título de liga —el vencedor fue la Buckler de Bolonia de un imparable Danilovic—. La temporada se salvaba con la participación en la Final Four de Atenas, uno de los eventos más determinantes de la historia contemporánea del baloncesto europeo.
Aquella Final Four la jugaban Real Madrid, Benetton, PAOK de Salónica y Limoges. El Madrid se presentaba como campeón español y con la enorme figura de Arvydas Sabonis en su plenitud como jugador. La Benetton llegaba como favorita por la sola presencia de Kukoc y el PAOK de Salónica tenía al nacionalizado Prelevic, un tirador como se han visto pocos en Europa, al jornalero Levingston y al mítico Fassoulas. Además, el torneo se jugaba en su propio país. Al margen de los tres monstruos estaba el Limoges, un equipo sin más estrella que Michael Young, un tirador de rachas, y de cuyo esfuerzo defensivo, planeado por Bozidar Maljkovic, dependía por completo su suerte.
Para hacerse una idea, aquel Limoges era como la Jugoplastika de 1989 pero en feo.
Las semifinales enfrentaban a la Benetton con el PAOK. El partido fue durísimo, lleno de faltas, tiros libres, polémica y defensa al límite. El baloncesto más bonito de la historia había dado paso a un páramo de triquiñuelas y violencia encubierta. Especialistas defensivos. La Benetton se adelantó 51-45 al descanso tras una primera parte espectacular con Rusconi y Iacopini de estrellas. La segunda parte fue una guerra: Prelevic anotaba de tres, Cliff Levingston, el veterano ex NBA, imprimía carácter y contundencia, Korfas sorprendía con sus tiros a una mano… En toda la segunda mitad se anotaron solo 60 puntos: 28 para la Benetton, 32 para el PAOK. Fue suficiente para que Kukoc se clasificara para su cuarta final europea.
Allí no esperaba el Real Madrid de Sabonis, como hubiera sido de esperar. Los de Clifford Luyk habían caído en un partido infame ante el Limoges de Young, Dacoury y el sorprendente Bilba. Al frente de aquel Limoges, dirigiendo el ritmo pausado y plomizo, estaba un viejo conocido de Kukoc, el esloveno Jiri Zdovc, acostumbrado a su rol de segunda fila, dándolo todo para que los demás triunfasen. El Limoges había conseguido dejar al Madrid en 52 puntos, una anotación vergonzosa, pero, pese a esas credenciales, la Benetton partía como inmenso favorito.
Sin embargo, desde el principio se vio que el partido iba a parecerse más a la segunda parte frente al PAOK que a la primera. Kukoc estaba incómodo, espeso: perdió varios balones y falló canastas fáciles, incluso tiros libres. Casi por inercia, los italianos se fueron por delante al descanso. El resultado era espantoso: 22-28. Aquella final se sigue recordando como el inicio del anti-baloncesto que tanto tiempo ha asolado las pistas europeas y que llegaría al paroxismo cuando el AEK de Atenas se quedó en 44 puntos en la final de 1998.
44 puntos podía ser una anotación individual de Petrovic, Oscar o Gallis en los ochenta.
Entre Young y Bilba se las apañaron para conseguir mantener al Limoges vivo en el partido. Kukoc ya jugaba descaradamente de base, pero no lograba marcar diferencias, parecía cansado… A falta de ocho minutos, Young colocaba a su equipo por delante, 44-43 y Kukoc contestaba con un triple de los suyos, de los de mano en la cara. Un par de acciones brillantes de Bilba pusieron al Limoges con tres puntos de ventaja. Tres puntos de ventaja en un partido como aquel eran un mundo, pero Kukoc volvió a salir de la nada para empatar con otro triple. 50-50 a falta de tres minutos. Cuando los franceses volvieron a distanciarse, 50-55, de nuevo Kukoc les silenció con una asistencia y un tercer triple decisivo. Aquello parecía Bormio.
Quedaban 48 segundos para el final y Kukoc olía a MVP. Bilba aprovechó el uno más uno y dejó la penúltima posesión para los italianos. El propio Kukoc subió la bola muy lentamente desde su propio campo, sintiendo que jugaba para la Historia. Un cuarto triple y el título era suyo. Era lo que todos estábamos esperando delante de la televisión, que el croata ajusticiara a aquel equipo esperpéntico. Luchador y meritorio, de acuerdo, pero un pésimo ejemplo para el futuro del baloncesto europeo. Kukoc, mientras tanto, se entretenía dejando pasar el tiempo, jugueteando con el balón entre bloqueo que va y bloqueo que viene. En uno de esos bloqueos se da cuenta de que Zdovc se ha quedado atrás y se levanta para anotar otro triple… pero no cuenta con la ayuda de Forte, que mete la mano justo en mitad de la suspensión del croata y consigue tocar el balón e imposibilitar el tiro.
Es el fin del reinado de Kukoc en Europa. Un final triste, verde contra amarillo, de defensas que pueden con ataques. No queda nada que hacer en el continente: Paspalj, Radja, Petrovic, Divac… todos juegan en la NBA o están a punto de dar el salto. Kukoc también. Cansado de decir que no a Jerry Krause verano tras verano, al final decide aceptar la oferta de los Bulls. Lo que no sabe es que no estará Jordan para protegerle: llega a un equipo roto y con un líder difuso, un líder que, además, le odia, Scottie Pippen.
Los tres anillos con los Bulls
La llegada de Kukoc a Chicago fue complicada no ya por su estatus como jugador —Divac y Petrovic habían vencido a los prejuicios convirtiéndose en jugadores importantes de la liga— sino por la citada situación del equipo. Cuando el croata se decidió a marcharse a Estados Unidos, se encontró con una ciudad conmovida y en estado de shock tras la retirada prematura del gran dominador de la liga.
Para un equipo que había ganado tres títulos seguidos por primera vez en la historia de la NBA desde los tiempos de los Celtics de los 60, la noticia era devastadora. A falta de una estrella que marcara diferencias, Phil Jackson optó por un equipo coral, compacto, trabajador, en el que cada uno supliera las carencias del otro. En principio, eso debería beneficiar a Kukoc, pero pronto colisionó con el ego de Scottie Pippen, que acaparaba la posición de alero alto creativo y que aún no le perdonaba al croata ser el niño mimado de la directiva.
Del equipo que fuera campeón en 1993 se habían marchado Michael Jordan y John Paxson mientras Bill Cartwright acumulaba lesión tras lesión. A cambio, llegaron Steve Kerr, Luc Longley y el propio Kukoc. Seguía siendo un buen equipo que soñaba con un cuarto título, lo que habría sido una auténtica heroicidad. El rol de Kukoc empezó siendo secundario, avanzando a lo largo de la temporada. En los Bulls, el que manejaba el cotarro era Pippen, la referencia interior era Grant y la dirección caía en manos de B. J. Armstrong, que era más bien un anotador y no un director de juego. Jackson se dio cuenta en seguida de que el croata encajaba muy bien en su sistema de triángulos ofensivos, continua movilidad del balón y generación de espacios. Aquella primera temporada jugó 24 minutos por partido y superó los 10 puntos de media más 4 rebotes y casi 4 asistencias, saliendo casi siempre desde el banquillo.
Su día de gloria llegó en las eliminatorias de play-off contra los New York Knicks, semifinales de conferencia: los Bulls perdían 2-0 y se jugaban los últimos dos segundos de su tercer partido con empate a 102 en el marcador. Era el momento decisivo de la temporada y Pippen miraba la pizarra de Jackson para ver qué jugada preparaba, listo para asumir la responsabilidad que le correspondía… solo que Phil había decidido que el lanzador final fuera Kukoc. ¡La jugada del año y el técnico decidía darle el balón al “rookie”! El cabreo de Pippen fue tal que ni siquiera saltó al campo. Se negó. Lo consideró un insulto a su condición de líder y sus tres anillos.
Ni que decir tiene que Kukoc anotó milagrosamente sobre la bocina.
Los Bulls acabarían cediendo aquella eliminatoria después de años cebándose con los neoyorquinos. La vida sin Jordan tenía estas cosas: los árbitros no te respetaban tanto, los balones quemaban mucho más. La relación Pippen-Kukoc tenía una pinta horrorosa y Jackson hizo lo posible por calmar los ánimos, convirtiendo a ambos en las referencias ofensivas del equipo la siguiente temporada. En la 1994/95, Pippen se fue a los 21 puntos por partido, pero Kukoc subió a los 15,7 a pesar de mantener un pésimo porcentaje en los lanzamientos de tres puntos. Los dos se turnaban para subir el balón con Ron Harper, recién llegado de Cleveland, y después decidían.
Cuando Jordan se unió al grupo, a finales de temporada, se encontró con un equipo mucho mejor que el que había dejado un año y medio antes: no estaban Grant ni Cartwright pero estaban Kukoc y Longley. No estaba Paxson, pero estaba Kerr, lanzando por encima del 50% desde la línea de tres puntos. Para la intensidad defensiva quedaba Harper, quien, por otro lado, había sido toda su vida un gran anotador. Tanto talento junto era difícil de aunar y la llegada de un líder definido, sin fisuras, solo mejoró al resto de sus compañeros. Aquella temporada, los Bulls perderían ante los Magic de Shaquille O´Neal. Sería su última derrota en tres años.
Por si el plantel se quedaba corto, los Bulls decidieron fichar al muy excéntrico Dennis Rodman. Era una decisión arriesgada, pero Kukoc, como ala-pivot, era flojito y poco reboteador. El croata afrontaba su tercera temporada en la mejor liga del mundo sin necesidad de demostrar nada a nadie: aquel chico, efectivamente, valía y necesitaba espacio, alguien que le hiciera el trabajo sucio. Defendía lo justo, de acuerdo, pero en ataque seguía siendo el mago que ya había sido en Split o en Treviso.
La temporada 1995/96 supuso para Kukoc un cambio físico y mental. Se empezó a convertir en un jugador más ancho, nada que ver con el enclenque que había llegado a Chicago tres años antes. Ese aumento de masa corporal le hizo en un jugador un poco más lento, sin la explosividad en el primer paso que tenía en Europa, pero los años de adaptación habían servido para conocer a la perfección la dinámica de la NBA: hay que aparecer cuando tu entrenador te dice que aparezcas, adaptarte a un rol. La llegada de Rodman le relegaba al banquillo, pero eso no quería decir nada: los titulares no son los que empiezan un partido sino los que lo acaban. Para los finales ajustados, Kukoc siempre encontraba un lugar en el campo, fuera por Longley, por Harper o por el propio Dennis.
Obviamente, sus minutos de juego y sus puntos por partido bajaron, pero no demasiado. Consiguió subir su porcentaje de triples al 40% y se convirtió de nuevo en una amenaza exterior. Kukoc lideraba la “segunda unidad” de un equipo invencible, que se fue a los 72 partidos ganados y acumuló toda clase de premios, incluido el de Mejor Sexto Hombre para el croata. Los estadounidenses sabían ir mucho más allá de las apariencias aunque a veces pareciera lo contrario. Sí, los “highlights” iban para los grandes mates o los grandes tapones… pero los premios iban para los trabajadores que cambiaban partidos con inteligencia saliendo a mediados del primer cuarto.
La conexión Kukoc-Pippen-Jordan dominó la liga dos años más. Por supuesto, sin la “intendencia” de Harper, Rodman y Longley o la veteranía de los Wennington, Steve Kerr, John Salley, incluso “Buda” Edwards, el nuevo triplete habría sido imposible, pero básicamente el ataque dependía del talento del mejor jugador de la historia, el mejor escudero y el mejor europeo de su generación. Ni siquiera la lesión de 1996 hizo que Kukoc bajara el rendimiento aunque sí es cierto que su juego se fue “burocratizando”, limitándose a hacer lo justo. Por un lado, a los europeos nos orgullecía ver a uno de los nuestros triunfar en un equipo campeón. Por el otro, era inevitable pensar que al lado de Jordan su talento se veía limitado en demasiadas ocasiones.
A él no pareció importarle. En el Open McDonald´s de 1997, al que los Bulls acudieron como campeones vigentes de la NBA, Zeljko Obradovic comentó a unos periodistas españoles con respecto a Kukoc: “El problema de ese es que no le gusta el baloncesto”. Efectivamente, el croata había perdido parte de la ilusión, el jugueteo, la imaginación de sus primeros años, pero para no gustarle su trabajo lo cumplía con una efectividad exquisita: durante los tres años de anillos en Chicago clavó sus números: 13 puntos por partido, más de 4 rebotes y más de 4 asistencias jugando algo menos de 30 minutos.
Después de anotar la canasta más famosa de la historia, en Salt Lake City, para ganar su sexto anillo en ocho temporadas, Jordan decidió retirarse de nuevo —no sería la última vez— y con él se deshizo un equipo mágico, el equipo que había batido todas las marcas. Era como si Yugoslavia se desmantelara otra vez: Pippen se marchó a Portland, Longley a los Suns, Rodman coqueteó con los Lakers, Jackson se tomó un año sabático… y de ser el mejor equipo de la liga, los Bulls pasaron a ser el peor, capaces de ganar solo 13 de 50 partidos en aquella temporada reducida del lock-out de 1998.
Los únicos que quedaban tras el desgüace eran Kukoc y Harper. El escolta tardaría un año en irse a los Lakers con el Maestro Zen, Kukoc prefirió quedarse unos meses más para demostrar que podía liderar un equipo NBA si le dejaban. Pasó a jugar casi 40 minutos por partido y ser el máximo anotador del equipo con más de 18 puntos de media por partido, a los que había que sumar 7 rebotes y 5 asistencias. El único “pero”: sus porcentajes de tiro seguían siendo lamentables, un fenómeno difícil de explicar. A los 31 años, cansado de perder y perder, algo que no había experimentado en toda su carrera, Kukoc dejó los Bulls. Un año antes, en 1999, había hecho lo propio con la selección croata.
La extraña relación con Croacia
La desarticulación de la República Federal de Yugoslavia y la consiguiente guerra civil entre croatas, serbios, eslovenos, bosnios y macedonios puso fin al sueño del mejor equipo FIBA de todos los tiempos en un momento en el que la mayoría de sus jugadores apenas dejaban atrás la adolescencia. Ese talento se repartió a partes casi iguales. Del lado de Serbia quedaron los Djordjevic, Danilovic, Paspalj o Divac, más gran parte de los entrenadores del método Nikolic. Del bando croata quedaron Petrovic, Kukoc, Radja, Cvjeticanin, Komazec o Vrankovic, un talento más puro pero en ocasiones menos consistente.
La primera cita que debían afrontar por separado fueron los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, pero justo cuando se preparaban para la clasificación, la FIBA decidió hacer extensivas las sanciones de la ONU contra Serbia y les expulsó del campeonato entre lagrimones de jugadores y técnicos, que suplicaron una segunda oportunidad, incluso se ofrecieron a competir bajo bandera neutral. La negativa del COI y la FIBA hizo que Croacia quedara como único heredero de la selección que había copado campeonatos de 1989 a 1991.
El problema es que aquellos Juegos ya tenían ganador de antemano: Estados Unidos y su “Dream Team”. Un equipo que, además, tenía un enemigo muy claro, Toni Kukoc. Los propios jugadores han admitido recientemente en un documental de NBA TV que, cuando jugaban contra Croacia, el objetivo era doble: ganarles y humillar a su estrellita. En especial Pippen y Jordan se cebaron con él, persiguiéndolo por todo el campo, utilizando el cuerpo de manera intimidatoria y negándole incluso la recepción del balón. Kukoc cayó en la trampa y entró en un ataque de ansiedad que le duró todo el torneo. Aunque Croacia consiguiera una meritoria medalla de plata, el alero de Split no estuvo a su mejor nivel: 11,5 puntos, 6 asistencias y 3 rebotes pese a jugar una gran cantidad de minutos. No es que fueran malos números, pero si se los comparaba con sus exhibiciones anteriores sabían a poco.
A partir de ahí, Kukoc, Radja y tantos otros empezaron una relación de amor-odio con su selección. Mientras los serbios, en cuanto fueron readmitidos, se volcaban cada verano para seguir arrasando en campeonatos europeos y mundiales, cuando llegaba el calor, a las estrellas croatas les costaba un poco lo del sacrificio nacional. Kukoc se saltó el Eurobasket de 1993, aquel en cuya previa moriría Drazen Petrovic en accidente de coche. Convertido ya en la estrella indiscutible, sin sombra que le protegiera, Toni sí participó en el Mundial de 1994 llevando a Croacia al bronce con nuevas muestras de su “juego total”: 11 puntos, 7 asistencias y 6 rebotes, ejerciendo de base y director de juego la gran mayoría del tiempo.
Con 27 años, participaría en el Eurobasket de Grecia en 1995, el primero en el que la nueva Yugoslavia —Serbia y Montenegro— podía participar después de la sanción y que ganó en una épica final a la Lituania de Sabonis. Croacia fue medalla de bronce de nuevo, cuarto pódium consecutivo, con Kukoc mucho más activo y metido en su papel de líder: 15 puntos, 8 rebotes y 5 asistencias por partido. El año posterior jugaría sus terceros Juegos Olímpicos en Atlanta, pero a Croacia le faltaba aire fresco y orden en el juego. Kukoc, que venía de ganar su primer anillo con los Bulls, cumplió con 16 puntos, 7 rebotes y 7 asistencias, unos números descomunales en un torneo tan competitivo pese a ser duda hasta el último momento por una lesión en un dedo. Los croatas cayeron en cuartos de final y apenas pudieron lograr el séptimo puesto.
Los rumores de distensiones internas empezaron a surgir por todos lados y mientras la nueva Yugoslavia acumulaba oros en el Eurobasket de 1997 y el Mundial de 1998, Kukoc veraneaba tranquilamente al margen de la competición. Solo volvió para disputar un último campeonato: el Eurobasket de 1999. Fue un desastre absoluto: Croacia, pese a tener un equipo muy competitivo, no superó ni la primera fase de grupos y acabó en un deshonroso undécimo puesto. Su estrella promedió 14 puntos, 6 rebotes y 6 asistencias, como si no hubiera pasado el tiempo, pero la renovación era necesaria y a él no pareció dolerle. No le verían como a Divac peleándose con sus rodillas a los 35 años para ganar el Mundial de Indianapolis. Kukoc colgó las botas de la selección y se centró en sus últimas temporadas en la NBA. Tenía 31 años y venía de hacer sus mejores números en la liga.
El siglo XXI y su lento declinar
Lo triste de los últimos años de Kukoc fue verlo convertido en un jornalero, un jugador más que iba pasando de equipo en equipo según necesidades de traspaso y que se limitaba a cumplir según el estado de ánimo. Tenía tanta calidad, tanto talento, que prolongó su carrera hasta los 38 años —insisto, para no gustarle el baloncesto, lo disimuló muy bien—. Su primer destino después de los Bulls fueron los Sixers de Philadelphia, los pujantes Sixers de Allen Iverson. El primer año, Larry Brown, aquel que dijera que era el mejor jugador joven del mundo cuando se enfrentaron en Bormio, le dio confianza y él cumplió con más de 12 puntos, 4 rebotes y 4 asistencias. El segundo año, Brown lo fió todo a una estrategia ultradefensiva, de “leñadores” que protegieran a Iverson, dejando sin sitio en la rotación al talento y la apatía del croata. Fue traspasado a mitad de temporada a los Hawks.
El final de año en Atlanta fue esplendoroso: casi 20 puntos por partido, más de 6 asistencias y 5,7 rebotes. Resultó un espejismo. En cuanto los Hawks decidieron quedárselo un año más, volvió a esa especie de melancolía que le acompañó en los últimos años, sin rastro de su cara de niño, el cuerpo hinchado por los distintos anti-inflamatorios y el abuso de las pesas. De 20 puntos pasó a 10 y los Hawks lo vendieron a los Bucks en el verano de 2002. Incluso a sus 34 años y su evidente desidia, Kukoc era aún un jugador con prestigio y renombre, capaz de firmar contratos honrosos y ayudar a equipos en reconstrucción. Milwaukee pasaba por un momento algo extraño, con George Karl en el banquillo y un buen montón de anotadores: Ray Allen, Michael Redd, Sam Cassell, Tim Thomas, Anthony Mason, Gary Payton… Kukoc volvió a su rol de jugador de banquillo que cambia el signo de los partidos, cada vez más especializado en la línea de tres y con alergia a pegarse bajo el aro. No lo hizo mal: 11,6 puntos, 4,2 rebotes y 3,6 asistencias. Los Bucks cayeron en primera ronda de play-offs, lo que se consideró un notable fracaso.
Sin embargo, Kukoc encajó con la ciudad de Milwaukee. Un hombre tranquilo para un entorno tranquilo, casi aburrido, perdido en la inmensidad de los Estados Unidos. Renovó su contrato, superó alguna lesión y fue llevando con dignidad su lento declive: hasta cuatro temporadas enteras jugaría en los Bucks. En ninguna de ellas superaría los 10 puntos por partido, pero siempre dejaba algún pase mágico, algún tiro imposible. Por el equipo pasaron diversos entrenadores y un buen montón de jugadores, pero ninguno consiguió que la franquicia pasara la primera ronda de los play-offs. Con su número siete aún en la espalda, a los 37 años, casi 38, y después de caer en cinco partidos ante los Detroit Pistons —él solo pudo jugar tres—, Toni Kukoc decidió que ya era hora de dejar el baloncesto. El asesino con cara de niño era ya casi un cuarentón ajado y con cierto sobrepeso. Habían pasado casi veinte años de aquella noche mágica de Bormio, trece desde que llegara a Estados Unidos como un crío aún asustado por la inmensidad del nuevo continente.
Hoy en día vive en Illinois, donde fijó su residencia después de la retirada. El sueño americano de la pantera rosa. De vez en cuando acepta colaboraciones puntuales con la Federación Croata de Baloncesto, ese cajón de sastre. Sus hijos prometen como futuras estrellas: Marin, de más de dos metros, juega en la NCAA; Stella se dedica al voleibol y al fútbol. Quizá ya se hayan dado cuenta de lo enorme que fue su padre, de hasta qué punto dominó él solo un continente y revolucionó un deporte. No habría un Nowitzki ni un Gasol si no hubiera habido antes un Kukoc. Él, junto a los Divac, Radja, Petrovic y compañía, llevó el baloncesto europeo a un nivel impensable. Todavía nos parece verlo de amarillo, esquelético, acompañando el balón en una enorme zancada y buscando el pase entre las piernas para que otro culmine el contraataque.
Una canasta hace feliz a una persona. Una asistencia hace feliz a dos.
Nota del autor: Aunque la documentación para un artículo tan extenso ha dependido de muchas fuentes y en buena parte de la memoria personal, sería injusto no citar el libro Sueños robados, de Juanan Hinojo, verdadera enciclopedia del baloncesto yugoslavo de los 70, 80 y 90, donde se explica especialmente bien el principio de la carrera de Kukoc en Split y amplía en todos los sentidos las posibilidades de un artículo de divulgación como éste.
Pingback: Toni Kukoc, el asesino con cara de niño
Brillante artículo. Se me ha apoderado la nostalgia (estando tan cerca los Juegos Olímpicos).
También Kukoc era el jugador que yo quería ser en el patio de recreo.
Excelso artículo, mis felicitaciones al autor. Esa generación yugoslava de finales de los 60 será absolutamente irrepetible. Una penaque la descomposición del país y tantas disputas internas nos privaran de verles juntos en los JJOO de Barcelona.
Igual para el 92 estaban un poco verdes aún, pero no me cabe ninguna duda de que en el 96 o 2000 habrián aniquilado a Estados Unidos.
De lo más grande que he visto sobre una cancha. Kukoc y la Jugoplastika de Split. Gran parte de culpa de mi pasión por el basket se la debo a esos «asesinos» de la canasta y a otros (pocos) como ellos.
Los pelos de punta.
http://saliendodesdeelbanquillo.blogspot.com.es
Hace poco emitieron en teledeporte la final olímpica de Barcelona-92. De entre todos esos viejos héroes de mi adolescencia fue el joven Kukoc quien más ilusión me hizo ver jugar de nuevo.
Gran artículo.
¡¡ MARAVILLOSO !!.
Increible artículo, me ha evocado un montón de recuerdos de cuando era un niño y en el patio nos pedíamos ser Kukoc, o Sabonis, o Radja…
Mis felicitaciones al autor!
Yo, por mi edad, conocí a Kukoc cuando ya estaba en los Bulls… Por este artículo ahora comprendo la leyenda, ¡gracias!
Grandisimo articulo, con mucha clase, como el bueno de Kukoc :)
Mis felicitaciones
Un puto genio, un tipo que jugó en el equipo más grande de la historia junto al más grnade todos los tiempos…. un tipo que lideró a la seleccion más grande de europa en toda su historia…. por encima de la desgracia de drazen y de las rodillas de arvydas… el más grande sin duda!!!!!!!
No voy a hablar sobre Kukoc, (todo sería poco) solo me refiero al artículo. Genialmente escrito, buena documentación. Muy ameno y bien ordenado. Esto es algo que aprecio mucho especialmente hoy día cuando en internet mucho son titulares y artículos sin «chicha ni limoná»
Enhorabuena y gracias
Genial artículo!
Todavía tengo grabado el recuerdo de un partido en el Palacio de los Deportes de Madrid en el que, durante el calentamiento, se colocó en la linea de fondo, justo en la esquina, y empezó a enchufarlas. No solo es que fuera más que la distancia de un triple si no que por la posición el balón ESTABA DETRÁS DE LA CANASTA. Magia pura …
Buenísimo el artículo. Me ha gustado mucho.
Creo que en el tercer parrafo después del subtitulo «La Final Four con la Benetton» hay una errata donde pone anotador Báltico supongo que se refiere a anotador Balcánico.
Y llama Jiri a Zdvoc, y es relamido hasta el extremo, le gusta demasiado la palabra improbable que suele utilizar mal… más allá de eso no está mal, la materia prima era demasiado buena.
Leyendo el articulo he ido recordando poco a poco las actuaciones de Kukoc y recordando todo lo que ha sido este jugador en Europa y como desde la antigua Yugoslavia han ido dando grandes talentos para ese deporte tan increíble como es el baloncesto. Le recuerdo porque como bien dices, la evolución del baloncesto moderno con jugadores totales como los conocemos actualmente no hubieran sido posibles sin gente como Kukoc, Magic, Jimenez, etc.. y entrenadores que apostaban por ellos.
El mismo Gasol evolucionaba a un juego mas exterior cuando jugaba en el Barcelona pero su llegada a la NBA le ha relegado mas a puestos interiores donde para mi es menos brillante.
Una cosa, la frase «Una canasta hace feliz a una persona, una asistencia a dos» juraría que es de Magic Jhonson, pero no apostaría por ello jeje
Muy buen artículo y muy bien la nota de autor hablando de «Sueños robados» un libro realmente extraordinario.
No se por que hablais de artículo, esto como mínimo es un relato corto, que da la impresión de ser una novela.. too long.
Sencillo…porque Kukoc como jugador no fué ni muchísimo menos uno más…era talento, portento, respeto, trabajo y espectáculo. Junto a otros abrió muchas puertas.
Y es un articulo porque da opiniones en base a unos datos concretos que además se explican.
Enn fin, tu vete a leer marca y no vuelvas…es lo que te va…
:_)
No me lo he leído que tengo cosas que hacer, pero podíais poner un miniresumen en el primer párrafo en los artículos los pesudoaspirantes a periodistas de este sitio…. al final mato ha alguien o que pasaba con el Cuco este?
Excelente artículo, a la altura del protagonista…
Hago un pedido: uno similar sobre el Kukoc sudamericano: Manu Ginóbili. Saludos!
Messina dijo hace poco que el baloncesto no había evolucionado nada en cuanto al pase en los últimos años. Recordando el baloncesto de los 90, tan lleno de plasticidad y pases imposibles, pienso que lleva razón y que de hecho se han perdido años de evolución y todo lo que Magic y Kukoc le enseñaron al mundo.
En el baloncesto moderno hay 7 u 8 jugadas que se repiten incansablemente. En los 90 no sabías lo que iba a pasar.
Qué barbaridad de artículo, qué maravilla. Los links a los vídeos… todo, qué trabajado. Acabo de ver la canasta con los Bulls en el último segundo contra NY y se me ha puesto la carne de gallina: cuando se fue de los Bulls ya le perdí la pista. Gracias, coño, gracias, qué articulazo.
Espero no parecer demasiado quisquilloso pero hay algún error llamativo:
En lo de que permanecían en sus clubs de origen no estoy nada de acuerdo: del Partizan se citas a Paspalj y Divac y ambos llegan para la 86/87 procedentes del Buducnost (tercero ese año) y del Sloga Kraljevo. Cvjeticanin estaba en la Cibona, pero sus primeros años de profesional son el Partizan, club donde militaba Grbovic desde hacía años (empezó en Cacak). Ilic por su parte era del Estrella Roja.
La Jugoplastika no solo había coqueteado con torneos europeos de segundo nivel, sino que había sido suncampeona de Europa en el 72.
El seleccionador en el 88 ya no es Cosic, si no Ivkovic que ya esta en la Universiada del año anterior
Me refería a que hasta los 30 no podían salir de Yugoslavia, dentro de Yugoslavia sí podían, la Jugoplastika que mencionas es quince años anterior y lo de Ivkovic sí es un despiste. Si esos son todos los errores llamativos que encuentras en trece folios de artículo con toda clase de enlaces me doy por satisfecho. En cualquier caso, el libro de Juanan Hinojo, como se apunta en el artículo, aclara y completa todos esos puntos. Gracias por leer a todos, incluso a los que se les ha hecho tan largo. Un saludo.
«Había algo casi burocrático en el talento de Kukoc». Brillante. Gracias por este artículo.
Otra precisión: Vinny Del Negro no llegó junto a Kukoc a Treviso. Ya estaba en el Benetton. Por lo demás, buen artículo.
Maravilloso artículo. Me ha hecho recordar mi niñez cuando veía los partidos de la Jugoplastika en televisión y ya por entonces se me ponían los pelos como escarpias. Kukoc era el jugador que todos quisimos ser en el patio del colegio. En mi opinión y a pesar de haber jugado maravillosamente en la NBA, no alcazó allí (o no le dejaron alcanzar), el nivel de sus años en Europa.
Por cierto, simplemente recordar que aquí en España, en el Estu, tuvimos la suerte de disfrutar durante un par de años con otro de los miembros egregios de esta generación: Danko «Yeti» Cvjeticanin. Tampoco el congrio es mal ave…
Buen articulo, felicitaciones.
Hay una dos cuestiones discutibles: la primera la de que Kukoc era la referencia en las olimpiadas de Barcelona, no, la referencia y estrella de calle era Drazen Petrovic que por aquel entonces brillaba en los Nets, la segunda ese desprecio al juego del Limoges (que tiene poco en comun con el basketcontrol posterior, tal vez se inspiraron pero hacian otra cosa que no hacia el Limoges), recomiendo volver a ver los partidos de la Final Four que se cita para refutar esa opinion, no es que fueran talentosos individualmente (a excepcion de Young) pero como equipo jugaban y leian el partido de manera brillante, les recuerdo que el baloncesto es un deporte de equipo. Lo que pasa es que como barrieron al Madriz en semis ya les cayo el Sambenito de aburrir a las ovejas, etc…Trecet y demas prensa deportiva a la cabeza.
Otra cosa, yo he visto el video del partido de Bormio y los locutores italiano nos se vuelven locos con los tiros de Kukoc, la hazaña en si es bastante destacable como para tener que adornarla todavia mas.
ejem ejem… La frase «Kukoc no es humano» la repite unas pocas veces el locutor italiano… http://www.youtube.com/watch?v=fBOXCzHQ6Uw
Mira que me gusta Kukoc, pero en el doc de «Hermanos y Enemigos» no me moló mucho como afrontó el problema de Divac. Dino Radja por ejemplo se le veia más claro y de otro talante…pero bueno, lo que esta claro es que es un verdadero jugón.
Enhorabuena por el artículo. Estuve la semana pasada de expedición croata y me desilusionó bastante el olvido en el que han dejado esa época. En Split era casi imposible ver alguna referencia o recuerdo a la Jugoplastika, incluso sacando tu el tema y ya no digo comprar una camiseta de recuerdo… del Hadjuk (fútbol) lo que quieras, tiene auténticos fanáticos en toda Dalmacia, pero de baloncesto nada….
Tuve la suerte de ver jugar a KUKOC en ese partido vs Puerto Rico en SANTA FE por el Mundial 90. Hoy le doy trascendencia a ese partido. El equipo que vi, por Dios!!! Drazen Petrovic, Vlade Divac, Toni Kukoc. Conservo la entrada practicamente como un documento y la imagen en la retina del magico 7 de fisico espigado. Increible.
Qué suerte tuviste, Elvio. Luego en el Europeo del 91 fue la última oportunidad de disfrutar de esa irrepetible generación a la que la guerra separó. De hecho, como cita el artículo, Zdovc tuvo que abandonar el equipo a mitad de campeonato.
Excelente repaso a la carrera del gran Toni Kukoc, en realidad casi a toda una época, que algunos vivimos con pasión juvenil. Enhorabuena, y espero que te animes a repetir con alguno de los nombres que citas en el artículo.
Extremadamente maravilloso el articulo! Muchas gracias
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Para mí Kukoc fue referencia e inspiración cuando jugaba. Pero en España no le vimos mucho hasta que se acercó con Croacia donde Petrovic hacía el impertinente siempre. El jugador NBA no me gusto tanto pero admiré su capacidad de encajar en lo que se le pedía. Eso es muy difícil hoy en día con tanta figurita y tanto crack mediático que por dos partidos buenos ya resopla en las ruedas de prensa. Su época en Split es la que más me gusta, tengo los poquitos partidos que hay de Kukoc en la jugoplastica y la selección plavi en internet. Buen trabajo si señor.
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Los jugadores de los 80 y 90 me parecen irrepetibles, con mucho más talento que cualquiera de las estrellas actuales.
No sólo la antigua Yugoslavia, la URSS, Grecia, España e Italia dieron grandísimas hornadas de buenos jugadores.
Saludos. Solamente quería decir que me ha gustado mucho este artículo… Guille, escribe más!!! : )
mefirmo un autografo en cadiz. jugando el torneo de puerto real en cadiz . cuando venian los petrovic multado con 200.000 ptas de la epoca. vino la jugoplastica impresionante ahi ya era bueno, me firmo en la mesa del hotel atlantico en cadiz. dos años mas tarde ficho por los bulls impresionante
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Hay un error en el articulo: lo que hace Divac en la semifinal del mundial del 86 cuando habla de la remontada imposible, lo que hace (y le pitan) son DOBLES no pasos como dice el articulo.
Aquí está la canasta de Kukoc: https://www.youtube.com/watch?v=bYcjCoy7R4I
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